La polémica desatada sobre la oportunidad o desacierto de incentivar económicamente a los chabolistas de los Bermejales para que abandonen un espacio que " ocupan ilegalmente" pone de manifiesto que la Ciudad Urbana representa fundamentalmente el marco donde se desarrollan los mayores y mejores negocios especulativos, donde casi nadie es ajeno y donde unas minorias aprovechan las demandas de una sociedad aburguesada que apenas quiere saber nada de solidaridad humana.
Las guerras entre las naciones lo han sido, en la mayor parte de los casos, por la conquista de los territorios y de sus riquezas naturales. Las " guerras urbanas" tratan de lo mismo, los tanques de ayer se reconvierten en promotoras inmobiliarias que desbrozan el camino a los nuevos ocupantes del territorio urbano. Apenas hemos avanzado desde que dos mil años atrás se instauro en el derecho romano, del que somos herederos, la propiedad privada como derecho cuasi absoluto. Hoy reivindicamos su uso exclusivo, sin compasión.
Históricamente y alrededor de los espacios desocupados y devaluados se instalaron los sectores sociales más marginales. Durante la década de los cuarenta, junto a las tapias del cementerio, en los arrabales de la Ciudad, nació el asentamiento de El Vacíe, después vendría el asentamiento de los Carteros, Perdigones, Bermejales... Se trataban de espacios improductivos, propiedades sin propietarios aparentes, alejados de una ciudad que más tarde avanzaría y engulliría estos territorios sin la más mínima comprensión hacia quienes con mayor o menor legitimidad los ocuparon para instalar sus techos de uralita, sus paredes de plásticos, chapas y cartones. Veinte, treinta, ochenta años viviendo en un territorio no sirven de nada frente al poder omnimodo de la propiedad. El derecho a la posesión pacífica de un espacio urbano se censura y se criminaliza.
Algo parecido está ocurriendo en el casco antiguo. Miles de ciudadanos de las clases más modestas se instalaron durante los años 50, 60 como arrendatarios en las viviendas que muchos de sus propietarios abandonaron para trasladarse a las nuevas zonas residenciales de los Remedios y el Aljarafe.
Las guerras entre las naciones lo han sido, en la mayor parte de los casos, por la conquista de los territorios y de sus riquezas naturales. Las " guerras urbanas" tratan de lo mismo, los tanques de ayer se reconvierten en promotoras inmobiliarias que desbrozan el camino a los nuevos ocupantes del territorio urbano. Apenas hemos avanzado desde que dos mil años atrás se instauro en el derecho romano, del que somos herederos, la propiedad privada como derecho cuasi absoluto. Hoy reivindicamos su uso exclusivo, sin compasión.
Históricamente y alrededor de los espacios desocupados y devaluados se instalaron los sectores sociales más marginales. Durante la década de los cuarenta, junto a las tapias del cementerio, en los arrabales de la Ciudad, nació el asentamiento de El Vacíe, después vendría el asentamiento de los Carteros, Perdigones, Bermejales... Se trataban de espacios improductivos, propiedades sin propietarios aparentes, alejados de una ciudad que más tarde avanzaría y engulliría estos territorios sin la más mínima comprensión hacia quienes con mayor o menor legitimidad los ocuparon para instalar sus techos de uralita, sus paredes de plásticos, chapas y cartones. Veinte, treinta, ochenta años viviendo en un territorio no sirven de nada frente al poder omnimodo de la propiedad. El derecho a la posesión pacífica de un espacio urbano se censura y se criminaliza.
Algo parecido está ocurriendo en el casco antiguo. Miles de ciudadanos de las clases más modestas se instalaron durante los años 50, 60 como arrendatarios en las viviendas que muchos de sus propietarios abandonaron para trasladarse a las nuevas zonas residenciales de los Remedios y el Aljarafe.
Durante décadas estos arrendatarios mantuvieron un casco histórico devaluado, pequeños comercios nacieron a su alrededor y la convivencia con la propiedad fue pacífica. Rentas que en antaño significaron un esfuerzo considerable para sus moradores, hoy se nos antojan, con una mirada exclusivamente mercantilista, exiguas y ridículas, a pesar de que los ingresos de estos inquilinos apenas les garantizan una subsistencia mínimamente digna. En la última década el deseo de retorno de las clases pudientes a este territorio histórico provoca nuevamente la expulsión sin piedad de quienes únicamente tienen muchos años a sus espaldas y unos cuerpos encallecidos y debilitados por la penuria y el trabajo. Para garantizar esta nueva conquista territorial el sistema crea sus propios instrumentos, las promotoras inmobiliarias realizaran el trabajo sucio provocando un éxodo masivo a los nuevos arrabales de las clases sociales más debilitadas. Este proceso de ida y vuelta se repetirá una y otra vez sin solución de continuidad, dependiendo exclusivamente de las apetencias de los consumidores urbanos más privilegiados.
Estamos , entre todos, creando una ciudad sectorizada, llena de muros invisibles, donde la línea divisoria no es otra que la capacidad económica de sus moradores. Una ciudad temática donde cada espacio es ocupado dependiendo de la cuenta corriente y de la capacidad de endeudamiento. Una ciudad que margina cada vez más a los marginados. No hay el menor interés desde la ciudadanía en compartir el territorio , demandamos el alejamiento de quienes no responden a esos parámetros como si de apestosos se tratasen. Nos escandalizamos y censuramos que desde lo público se indemnice a los chabolistas porque pensamos que los pobres harán mal uso del dinero, pero tampoco estamos dispuestos a mantenerlos como vecinos argumentando que deterioran todavía más el mercado inmobiliario donde nos han instalado. Cuando criticamos que desde la Administracion Municipal Urbanística se adoptan medidas valientes sobre una problemática social que a todos nos afecta, estamos críticando injustamente el verdadero valor de una democracia plural como es el avance hacia un Estado Social de Derecho.
La ciudad no debe ser únicamente de los propietarios de los inmuebles, sino que es la suma de esfuerzos de generaciones enteras. Las contradicciones sociales y la marginalidad extrema no la han creado quienes solamente la sufren, sino que son fruto de una sociedad que se deja arrastrar por quienes sólo ven a la Ciudad como una mina de oro inagotable.